miércoles, 24 de abril de 2013


Yo no creo que el amor muera. 

Yo no creo que el amor muera. Cuando es sólo enamoramiento se pasa la memoria
como jugando a contar cuentos, cuando el enamorado cree que será el único
objeto amado. Pero si el centro afectivo giró toda una época gris y a veces amarilla
en torno a un mismo cuerpo, a una misma manera de ser así, es imposible que
desaparezca la presencia de un amor que fue como movimiento de alas, arriba para
ver el mundo como lo único que roba la felicidad al feliz. Tanto amor queda en las
cicatrices que el alma va tomando un color negro de boca cerrada, y no hay
manera de escaparse de la muerte.

Cómo olvidar el combate de las pieles en veranos claros y oscuros inviernos?

No me busques a través de otra forma porque sólo así, cansado y repelente, serio
y morados los ojos como las uvas que nunca comimos juntos pero que fueron
completamente consumidas, sólo así habrá en tu espíritu el camino que buscaste
como un animalito de carne.
Darío Lemos

Los Cantares del Cantor

Tu cabello es morado como los mortiños.
Tu frente es verde como una lisa pizarra negra.
Tus cejas arqueadas son como una pelota lanzada por Pelé.
Párpados azules y pequeños para cerrar y abrir los ojos lentamente amarillos
Nariz de pavo más real sin luz, pero mirando siempre las cuchillas
Boca de vaca blanca y dientes de leche.
Cuello de árbol.
Cuerpo rojo.
La piel organiza tu territorio selvático.
Yo para vivir en la tierra conocí una niña
y estuve con ella ocho años bajo el cielo
que ya se acostumbraba a nuestra furia.
Hoy, ya
somos, tres.
El vientre de la niña padecía como un globo que se infla para lanzarlo al aire.
Pero Boris salió por su vulvita oscura.
Ya no podré viajar a Pakistán personalmente
pero no ruede la salchicha más.
Es mejor quedarse sentado sobre el sol
recibiendo energías por el recto,
y que por fin sean alas nuestros miembros.
La vida es un papagayo bebiendo maracuyá caliente
En un vaso donde sirvieron una nube y no hielo.
Nuestro vaso etéreo.

Darío Lemos.
Poema de mi idiotez

Estoy desesperado porque no llueve,
porque Dios se olvidó que Darío calla si no llueve.
Estoy marihuano;
siento en el estómago alacranes y fósforos de guerra
espero suicidarme cuando acabe el cigarrillo.
Ahí va...
Voy llegando a cualquier cafisio último.
Las glándulas arreglan sus ropas para el viaje.
Voy a vivir al otro lado.
También hay cine
y la cerveza es sangre de las vírgenes.
Dios necesita un compañero loco
que le ayude a ponerse sus manoplas
y lo lleve cuando ebrio a su buharda.
Me voy en el bus del infierno.
No quiero morir sin comer mandarina
con yodo y con alambre,
sin comerme un búho asado al calor de unos brazos.
No me gusta el frente de las casas.
No me importan sus avisos de neón ni sus maridos.
Hablo con mi boca.
Fumo con mis ojos.
No quiero ver mujeres con los brazos lelos.
Cuando muera
el cigarrillo estará fumado,
esfumado.
Me duelen los kilómetros que anduve cuando viejo.
La barba está amarilla.
La luna es una aguja.
Descubrí la América.
Mi cerebro está lleno de humo y de cemento.
Estás espléndido hoy, Darío Lemos,
el mundo se mira en tu rostro de habichuela
y los helados de nevera se aman en el frío.
El cigarrillo se acabó
y yo me suicido.
Adiós maga.
Adiós muerte.
Me suicidé hace un momento
y ahora vivo conmigo y con Darío. 

Darío Lemos.
CARTA A UN JUEZ
Érase que se era un joven poeta que terminó muy pronto, érase que se era también un juez joven sin estola, sin impertinentes, sin martillo. Para mí es una necesidad orgánica escribir, la única manera de comunicarme con las personas que ahora son los que me determinan. A mi esposa escribo poemas largos y negros, a mi hijo Boris pequeños poemitas muertos; y como esta trilogía está en sus manos, usted es mi conciente. Voy a escribirle no como a un juez, sino como a una persona:

¿Hasta cuándo estaré confinado en estos tristes arrabales del pensamiento más vulgar? A esta hora los presidiarios cantan, y sus cicatrices brillan como estrellas que perdieron su control en el espacio, y yo miro las rejas oxidadas que me separan del mundo de los hombres felices que viven bajo el sol y mi alma se asfixia como una mariposa lanzada por ventiladores. Tengo la sensación de no haber nacido o haber muerto de un momento a otro. Yo no entiendo el mecanismo de los códigos; pero un concepto puro del hombre me dice que no debo ser llevado a la oscuridad, donde los condenados esperan una fecha lejana para realizarse, para mirar el cielo y sentir que Dios existe.

La justicia ha sido inventada por el hombre; pero lo justo nace con el hombre. La justicia es necesaria mientras la mirada de estos delincuentes natos con quienes convivo ahora, tenga ese brillo opaco que denuncia almas perdidas, sin conciencia. Yo tengo demasiada conciencia para vivir limitado por muros, mi espíritu tiene alas muy largas y la vida me parece bella. Merezco vivir Señor Juez.

Estos delincuentes que caminan y duermen conmigo en este infierno, me hacen comprender que la sociedad está enferma, que la sensibilidad lleva a la persona a los más complicados laberintos de donde sólo escapan aquellas que tienen capacidad de comprender lo bello. Aquí sólo miro cáscaras y cicatrices, porque no me atrevo a levantar la cabeza para encontrar que el cielo todavía es azul; mientras lo que más me duele Doctor, es sentir que no me pertenezco, no soy mío, soy de mi pequeño y dulce Boris, un niño de carne tibia y perfumada que me ha sacado de un vacío en donde estaba hundido, cuando la angustia existencial apretó con sus tentáculos a mi mente que comenzaba a leer a Marx, a Freud, y a todos esos señoritos.

Mi libertad es de mi hijo, porque él compensará el trauma de mi infancia, porque yo era un nene sonámbulo y nervioso que azotaban, y mis padres ignorantes no tenían la culpa de destruir su embrión, aniquilando mi naturaleza. Pero la compensación llegó cuando mi hijo hacía ejercicios en el vientre de mi esposa que ahora llora como un venado extraviado en la soledad.

Usted comprenderá que mi mundo no es este doctor, y confío en que pronto lanzará mi espíritu a la luz.
Darío Lemos.
(Texto inédito, transcrito de una grabación de la lectura que de su carta hiciera el poeta Darío Lemos, en una conferencia en la Universidad de Antioquia, aproximadamente en 1987)

Darío Lemos: “Cuando el poeta muere”,

Darío Lemos: “Cuando el poeta muere”, por Víctor Bustamante


  • Sí, Darío Lemos otra vez. Transgresor como ninguno: tierno y sumiso cuando le convenía, iconoclasta desde su poema Yo soy Darío Lemos, al cual permaneció fiel. Mentiroso, vividor, tránsfuga para aprender a sobrevivir en la calle. Ningún poeta en el país ni en ninguna parte fue tan transgresor: repudió y fue repudiado por su familia; sus amigos le sacaron el cuerpo por ser el buen ladrón como lo definió su gran amigo; habían olvidado que su gurú había dicho que los nadaístas eran locos y peligrosos. Inventó nuevas metáforas y un nuevo lenguaje como ninguno de su generación. Nunca fue premiado, ni becado; lo cual sería inaceptable en un espíritu fiel y rebelde hasta el último minuto de su vida; desolada para unos pero exuberante para él.
  • Nunca escribió protegido por nadie, nunca obtuvo un reconocimiento, nunca fue jurado de nada porque el país cultural, perdón, gutural de su momento no lo vio. Nunca escribió por encargo, ni por deseos de figurar, y sin ninguna subvención y por eso es doblemente valioso.<BR>Fue mas allá, no hasta el límite sino que se hundió en el abismo. Rimbaud, el poeta que más menciona y, a veces detestable, se convirtió en mercader de esclavos. Baudelaire vivió celoso de su madre; Verlaine se reconcilió con su esposa y sus suegros y, no sólo hizo célebre a Rimbaud, sino que vendió su poesía y lo imitó sin ser un mito. Lemos simplemente se abandonó.
  • Ninguno de ellos fue hasta el abismo y ningún escritor, fue hasta esa utopía, siempre en busca de algo nuevo como diría Baudelaire. Tal vez Artaud, tal vez Genet, Celine, Barba Jacob, Bukowski se hundieron en el fango de sí mismos para sacar y exprimir nuevas metáforas y escribir con el corazón transgresor.<BR>Ningún poeta en ninguna parte fue como él capaz de asumir su maldición, que era su perversidad interior. Destruyó sus castillos interiores, familia, amor, amistad. Siempre permaneció fiel así mismo como una cárcel, su cárcel y su condena. Se destruyó como ningún poeta en ningún momento lo hizo. Hizo de la honestidad intelectual un heraldo, su heraldo y desde ahí nos recrimina.
  • Las reservas poéticas no pueden ser desconocidas. Vivió la ciudad como ninguno, padeció la poesía y sabe de qué y cómo se escribe; se quemó en sus escritos.
  • Si, ahí está Lemos para recordarnos de vez en cuando como es necesario primero, pensar en el papel del poeta.
    Víctor Bustamante
 Lluvia en la Cárcel

Doris, voy a tragarme la montaña,
voy a beberme la lluvia,
voy a comerme la ciudad. No puedo más.
Ven porque muero de la cintura hacia abajo,
la cabeza está viva para recordarte,
y en esta época de los satélites todavía lloro.
Cae la lluvia sobre la cárcel olorosa a orín
y no tengo nada que me detenga en este viaje definitivo
a la soledad.
Me quedaré aquí si no vienes rápido con tus
pantaloncillos tibios
a salvarme de la pena de muerte.
Ven, reconoce mi rostro de Cristo que condenaron
a un aislamiento;
frío y desolado corro, alcánzame,
duplica los pasos con tus pequeños pies y sube a esta
montaña donde me estoy ahogando.
Ríete en la casa para oírte desde aquí,
sácame los dientes,
miro con tus ojitos chocolates iguales a los míos
que sólo miran los muros de la celda.
Recuerda a tu padre, Boris, y no llores
la tarde que yo muera.
Darío Lemos

CARTA DE DARIO LEMOS A JOTAMARIO

Darío Lemos a Jotamario

Esta es la primera palabra que escribo en cuatro meses, la agonía de posición de no querer escribir. Yo los amo. Pero no hablemos de yo los ame. Sucedió que el esferógrafo saltó exaltado y saliendo del bolsillo se enredó en mis dedos desesperado como si estuviera para terminarse la mina de color.

No soporto las preguntas de la gente; y me gritan y hasta me golpean en la mejilla izquierda y en la derecha como si yo tuviera la culpa de todas esas “oscuridades”. Yo no leo periódicos, no tengo televisor, pero existo entre los hombres y los hombres hablan.

Yo no entiendo, Jotamío, qué es eso de “retirarse”del Nadaísmo,

“dejar de ser nadaísta”, el Nadaísmo no es institución, es un “estado mental”, el espíritu desahogado, ¿Para dónde, si alguna vez se creyó ser Nadaísta, para dónde se puede salir? El Nadaísmo como generación es un candado y sus llaves se perdieron. Cada una de esas individualidades de mi generación que respondan con sus vidas o con su obra o su alienación más allá de la santidad.

¡Yo sé cómo “vuelas” hijo mío, poeta y angel! Yo entiendo desde esta dolorosa ciudad tus “intenciones” ¡ Yo LIMPIARÉ TUS ESPADAS CON MI LENGUA ¡ ¿Te parece poco, muy limitado mi oficio?